De la Papisa al Papa

Serravalle Sesia Tarot

Como muchos de ustedes ya saben, en los primeros tarots italianos los triunfos no estaban numerados. En algún momento comenzaron a numerarse, pero distintas versiones podían tener distinta numeración. Es más, recientemente en el tiempo (1910), Waite intercambió la numeración de la Justicia con el de la Fuerza. ¿Cuál sería la numeración correcta para los triunfos del tarot? Aquella que tuviera más sentido para nosotros. Para mí, la numeración del tarot de Marsella tiene bastante sentido desde el 1 hasta el 10, a partir del 10 no me molesta, pero no creo que pueda justificarse tan fácilmente como la de los primeros 10 triunfos. La numerología tradicional se ajusta bastante bien con los primeros 10 triunfos, no tanto para los siguientes. No importa, el sistema igual funciona.

Pero me interesa detenerme en dos de estos triunfos y en su orden, antes que en su numeración. Me parece bien que la Papisa se encuentre antes que el Papa, así como que la Emperatriz se encuentre antes que el Emperador. Posiblemente porque antes que el patriarcado se impusiera, era el matriarcado quien regía.

No me interesa levantar un juicio sobre estos temas, sino enfocarme en el tema de la doctrina. Creo que existe alguna relación entre la doctrina y la escritura, porque difícilmente podríamos hablar de una doctrina sin un libro que la consigne. Es cierto que en una comunidad antigua pueden darse creencias sueltas (aún hoy las encontramos), pero de ahí a que se integren en un cuerpo doctrinario falta mucho. Una doctrina, tal como hoy la entendemos, implica un libro sagrado que la contenga, da lo mismo si es una doctrina religiosa o política, porque El Capital de Marx o el Libro Rojo de Mao, son doctrinarios, es más, hasta las Obras Completas de Freud podrían considerarse una doctrina, pero no las voy a analizar ahora.

Lo que deseo expresar es que una doctrina necesita de un Libro sagrado que la contenga. Una vez que el texto doctrinario queda finalizado, no puede ser alterado, como mucho, se permite la exégesis hermenéutica como procedimiento interpretativo para liberar verdades eternamente contenidas en estas escrituras.

He escuchado dudas acerca del motivo por el que la Papisa tenga un libro sobre su regazo mientras que el Papa no, porque habitualmente quien habla desde la doctrina es el Papa. Quienes leemos el tarot con regularidad hemos encontrado que el mazo espontáneamente representa a la cartomancia con la Papisa, pero a veces el tarot de Marsella aparece representado con el Papa.

Y aquí es donde el orden numérico cobra importancia. Arbitrariamente asocio el matriarcado con las primeras religiones, aquellas no doctrinarias que se regían por los oráculos antes que por las doctrinas establecidas. Un oráculo es un libro vivo, cuyo texto cambia según el momento de la consulta, es el libro vivo que tiene la Papisa en su regazo, al que accede a través de su intuición y algún medio oracular. Cuando se dispone de un libro vivo que responde a nuestras preguntas y necesidades reales, no necesitamos de doctrinas que nos guíen. El libro vivo dará respuestas distintas a cuestiones similares en tiempos distintos. Una solución a un problema puede ser válida en un momento pero no ser válida para un problema similar en un tiempo futuro. Este es el gran mérito de los oráculos, instruirnos sobre qué hacer en cada momento, porque cada momento es único en el tiempo, y las soluciones deberán cambiar con el paso de éste. Pero las doctrinas son estáticas y la solución para cada problema ya está consignada y no se permite alterarla.

El Papa se asocia con la educación, pero aquella educación que nace de la tradición, por lo que será una educación autoritaria sin margen para la improvisación. Para quienes se guían por la tradición, las verdades que ésta mantiene en el tiempo no necesitan justificación, pues están avaladas por la misma tradición.

El pasaje de las verdades reveladas por un libro vivo a las verdades doctrinales consignadas en un libro muerto, pueden estar asociadas al pasaje del matriarcado al patriarcado, donde la intención era la de darle ley y estructura a las normas sociales. Cosa que podríamos ver en el pasaje de la Emperatriz al Emperador, y en el pasaje de la Papisa al Papa. El Papa no necesita mostrar un libro consigo, porque se sabe que su enseñanza parte de un libro sagrado nacido de la revelación, y que se autoproclama ser el representante de Dios en la Tierra, y por ello poseedor de la verdad absoluta.

No voy a atribuirle un pensamiento e intención complejas a quien pintó por primera vez a la Papisa con un libro sobre su regazo, tampoco seré tan ingenuo de pensar que lo hizo por los motivos que yo expongo, pero la verdad es que este tren de ideas parece tener sentido, al menos para mí.

Cuando el patriarcado necesito establecer un marco de referencia que justificara su poder, debió acudir a la doctrina escrita, para justificar de donde emanaba su autoridad. Ya no podían permitir que alguien pudiera contradecir sus verdades, cosa que los oráculos gustan hacer con nuestras creencias y suposiciones. Pero cuando la doctrina quedó escrita en el libro sagrado, Dios enmudeció, y sus representantes se atribuyeron el conocimiento de su voluntad. El poder del Papa emanaba del supuesto conocimiento de la voluntad divina, voluntad consignada en el texto religioso fruto de la revelación; mientras que el saber de la Papisa emanaba de un libro vivo que podía consultar cuando fuera necesario. Un saber menos estructurado y más fiel al momento de la consulta, de ahí que se le llamó intuición. El Papa reclama fe, la Papisa intuición. El libro sagrado reclama fe, el libro vivo intuición, que implica alguna conexión con lo invisible, aquello que continuamente está hablándonos. La fe destruye el vínculo con lo invisible, la intuición lo fortalece. Los dioses que reclaman fe son mudos por lo que necesitan de representantes en la Tierra que hablen por ellos.

Quien busque respuestas en un libro muerto deberá aceptarlas por fe, quien busque respuestas en un libro vivo se dará cuenta que algo le está susurrando al oído verdades cuya certeza no puede ignorar.

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