El saber no se encuentra en las cartas

Universal Tarot de Marsella de Lo Scarabeo
Tchalai Unger, Alejandro Jodorowsky, Philippe Camoin, y tantos otros, idealizan el tarot por un error muy pernicioso que lo clausura al progreso: que en el tarot se ha codificado un saber y la función del lector de cartas consistiría en decodificar durante una lectura ese saber.

La creación de oráculos todos los días, la creación del Lenormand y de infinidad de Sibilas, desmienten la idea, el conocimiento no se encuentra en las cartas.

Un lenguaje simbólico empleado para la adivinación constituye una creación del hombre para que lo invisible, o lo que responda a través de éste, se sirva del lenguaje para transmitir la respuesta a una pregunta. Claro, no cualquier lenguaje simbólico funciona bien, debe poder representar cualquier cosa del Universo, al menos los más amplios, porque existen algunos acotados a un sólo tema.

Lenormand es más amplio que Kipper, más general, puede representar simbólicamente un mayor número de situaciones.

Pero cualquiera de nosotros puede crear un oráculo, yo he creado muchos, y no codifico nada en las cartas, sólo busco que sea capaz de representar el mayor número posible de situaciones. Desde lo que deseo ver lo voy construyendo.

Sabiendo esto, pierde todo sentido examinar un tarot con lupa para descubrir en sus detalles aquello que los supuestos sabios habrían codificado, porque nadie codificó nada en el tarot de Marsella ya que nació como un juego de mesa. Con el RWS la cosa cambia porque Waite sí quiso codificar conocimientos, al igual que Aleister Crowley en su tarot.

Sin embargo, una vez creado el tarot, podemos despreocuparnos de lo que se haya codificado en éste y descubrir su comportamiento sobre la marcha mientras leemos con él. Sí, saber qué quiso codificar Waite o Crowley ayuda mucho, pero pueden leerse estos mazos sin saberlo.

Pero con el tarot de Marsella la cosa es más simple, nunca fue creado con la intención de que fuera un dispositivo adivinatorio, simplemente en algún momento alguien comenzó a emplearlo con ese fin.

Erradicada la idea de que dispone de un saber incrustado en éste, queda abierto a la mejora con fines adivinatorios o, simplemente estética. Precisamente el tarot de Marsella sufrió una caricaturización durante su producción para facilitar la impresión del mismo, pero esto puede subsanarse hoy gracias a los mejores medios técnicos para su ilustración.

Pero sí hay que terminar con ese juego infantil de tratar de descubrir qué quiso poner un autor en su mazo con un detalle insignificante. Lo más probable es que sea un error.

Hace muchos años, cuando Japón comenzó luego de la guerra su renacer tecnológico, se decía que eran grandes copistas, copiaban todo, pero muchas veces copiaban sin entender qué copiaban. Entonces, una vez le mandaron a un fabricante de tazas, una taza de porcelana donde el asa se había roto y separado de la taza. El japonés hizo miles de copias de la taza con el asa separada porque no llegó a entender la idea de la misma. Muchos restauradores del Marsella cometen el mismo error, son sumamente fieles a todos los errores acumulados durante siglos, cada nuevo mazo constituye una colección de errores. En lugar de entender la idea representada en cada carta copian sin entender lo que creen ver.

Es cierto que un tarot no necesita ser restaurado, con errores o sin éstos, siempre funcionará. También es cierto que, tratar de entenderlo como una totalidad orgánica ayuda enormemente a su uso adivinatorio. Pero hay que abandonar la tontera de tratar de descubrir qué mensaje pretendió codificar el autor con una rayita, un huevo imaginario, etc. Porque para caer en este hábito es preferible crear un tarot desde cero y desde un conjunto de ideas predefinidas. El estudio histórico debe ir en la dirección de captar la idea general de las cartas antes que en sus detalles. Porque la cantidad de errores accidentales acumulados con el tiempo son demasiados.

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